22/9/08

La economía española en el 2005: un asincrónico y desequilibrado periodo positivo
Daniel Albarracín Sánchez . Enero de 2006.


La economía española ha arrojado, en una lectura superficial, indicadores y signos de buena evolución. Sin embargo, puede afirmarse que esta evolución favorable, o, más apropiadamente, la relativa ausencia de ‘síntomas’, no han venido acompañados, siguiendo una interpretación más cuidada y rigurosa, de equilibrio interno y solidez que confirme su salud a largo plazo.

El ritmo de la acumulación ha sido asombrosamente mayor comparado con el de los países del entorno, que han atravesado un ciclo cuasirecesivo muy ralentizado, mientras que nuestra producción y dinamismo de mercado se han caracterizado por un buen tono.

Si bien tenemos que valorar positivamente la marcha macroeconómica de este año, en general, –sin atender a las desigualdades propias del modelo socioeconómico vigente- comprobamos que el conjunto de desequilibrios y contradicciones acumulados, así como la observación de una inflexión reciente en los indicadores que muestran la anticipación del final de un ciclo, no deben confiarnos a una prognosis halagüeña. Al contrario, si no inmediatamente y quizá para dos años vista, se prevé una corrección de la inercia actual.


En el cuadro de signos de desequilibrio quizá el primero es el que refiere a las relaciones económicas con el resto del mundo, específicamente en nuestro comercio exterior. Nuestro saldo con el resto del mundo es francamente negativo, como diferencia entre exportaciones e importaciones. La balanza de pagos continúa con signo negativo –en una evolución cada vez peor-. Puede atribuirse la intensidad de este signo al papel de la cuenta corriente –y, dentro de ella, especialmente a la balanza comercial-, dado que la cuenta de capital arroja un valor tímidamente positivo. En suma, -13.959 millones de euros en el tercer trimestre del año, lo que apunta un sensible crecimiento de valor desfavorable respecto a los años anteriores, un -6,3% del PIB. Seguramente, la relativa fortaleza del euro (que se cambia por 1,225 dólares en Enero de 2006) y nuestra pérdida de competitividad a causa de una mayor inflación y menor productividad que las de los países europeos, propios de un país semiperiférico como el nuestro, hayan influido en su magnitud.

Por otro lado, aunque al día de hoy hemos seguido percibiendo estos ingresos, un dato a tener muy en cuenta va a ser el fin de ciclo de recepción positiva de ayudas de la Unión Europea, tras la ampliación. Se apunta que las Perspectivas Financieras de la UE, según el acuerdo pendiente de revisión y aprobación por parte del Parlamento Europeo, las ayudas van a ser gradualmente recortadas hasta anularse en los próximos e inmediatos años, lo cual una importante fuente de ingresos va a desaparecer. El impacto será gradual pero inequívoco. Pensemos que, en 2005, 4.874 millones de euros se obtuvieron en tanto que saldo positivo para España por este motivo.


Pues bien, si en la economía exterior no radica la razón de nuestro crecimiento económico debemos acercarnos a los factores de la economía interior para indagar el porqué de este aparente dinamismo.

Desde el punto de vista de la oferta, el crecimiento productivo ha sido positivo, pues supera el 3% de 2003 y el 3,1% del 2004, hasta llegar, en el tercer trimestre de 2005 al 3,5% del PIBpm. Se trata de un crecimiento significativo, especialmente si lo comparamos con el crecimiento europeo (1,6%) que se ha mostrado débil y más lento que en 2004. Aún así sigue siendo algo inferior al crecimiento de EEUU (3,6%) –que no hace otra cosa que exportar y derivar su crisis a beneficio inmediato, no sin acumular tensiones internas cada vez de mayor proporción-. Si la posición internacional del Estado español es francamente débil, la relación de la demanda interna es más favorable. El gasto en consumo final creció al 4,2%, y el factor principal de crecimiento debemos atribuirlo a la inversión, con una formación bruta de capital fijo que creció al 7,4% en 2005 (III Trim.). Analizados los componentes de la oferta del PIB destacan la construcción (6%) y las ramas energéticas (4,5%). La construcción parece el principal protagonista de nuestro reciente crecimiento .

Un factor relevante, que contribuye a explicar el ritmo del crecimiento económico y la acumulación de capital, y que conviene estudiar, es la tasa de rentabilidad. Podemos observar, en los últimos veinte años, una ligera tendencia a la moderación de la tasa de beneficio, con oscilaciones correspondientes al ciclo industrial. Estos ciclos, en la actualidad, se prolongan por 5-6 años, más rápidos que en épocas anteriores, posiblemente por la mayor velocidad de la rotación del capital, y parecen acelerarse aún más. De igual modo, en etapas pretéritas las tasas de rentabilidad estaban en órdenes muy superiores a los actuales. Hemos observado la debilidad de la recuperación de esta tasa de rentabilidad en un ciclo que auguraba mayores expectativas. Para el caso español, estos años asincrónicos respecto a Europa, han sido de estabilidad de la tasa de beneficio, frente a un entorno casi recesivo. No podemos interpretar más que estamos asistiendo a una tensión. La tasa de rentabilidad debía haber crecido desde el 2001 pero lo ha hecho de manera leve y el ciclo puede estar llegando a su fin. Y, mientras no se ha aprovechado esta asincrónica prosperidad, se han intensificado y acumulado desequilibrios en la economía española así como su relación desfavorable respecto a la economía internacional. Aunque no cabe prever para el año próximo graves problemas, podemos estar enfrentando unos próximos años en malas condiciones para enfrentar el ajuste.


Fuente: Banco de España.

En cualquier caso, en lo que respecta al 2005, siguiendo datos de la rentabilidad ordinaria sobre recursos propios de las sociedades no financieras la tasa de beneficio aún ha sostenido un leve crecimiento pasando del 12,1% en 2004 al 12,5% en 2005 (IIItrim.) lo que confirma la evolución positiva de nuestro país en este año. De darse, el probable ajuste nos hará esperar aún quizá un tiempo -¿quizá dos años?-, porque primero habrían de moderarse las tasas de rentabilidad –fenómeno que es recurrente-, y éstas traducirse en una constricción del Excedente Bruto de Explotación, lo que ya conllevaría una incidencia en el ritmo de acumulación y crecimiento económico posteriormente. En los últimos cuatro años el porcentaje de utilización de capacidad productiva en la industria no ha dejado de crecer hasta alcanzar el 80,2%, lo cual es un signo favorable de dinamismo económico. Pero en el último trimestre de 2005 se observó ya una inflexión.

Si estudiamos la dimensión monetaria de la economía, podemos comenzar por la inflación, que debería incluirse dentro de los capítulos de desequilibrio. El IPC armonizado del 2005, que nos permite comparar con otros países, nos muestra una inflación del 3,7% (el euro ha encarecido nuestro nivel de vida), con un incremento superior al del resto de la UE (2,1%) y superior al 3% de los dos años anteriores. Lo cual, deteriora la competitividad de nuestra economía y tiene también una influencia directa en el poder adquisitivo, especialmente en los salarios. Transporte (6,2%) y vivienda (6%) han sido posiblemente los inductores de este crecimiento de los precios. La inflación subyacente (en la que no se incluyen productos energéticos y alimentos no elaborados) sigue en el 2,9%, lo que permite observar la influencia del intenso crecimiento del precio del petróleo en el IPC final que, comparado con 2004, hace que la distancia entre IPC e inflación subyacente se incremente en ocho décimas.

En lo que refiere al tipo de cambio, un euro se cambiaba por 1,17 dólares en noviembre de 2005, lo que supone un abaratamiento de la divisa estadounidense comparado con principios de ese año (1,31 en Enero). Esto significa que la moneda de la UEM se ha depreciado, lo que favorece los intercambios con el resto del mundo, sobre todo a las potencias europeas con mayor influencia en el concierto internacional. Sigue siendo una moneda cara, y sólo parcialmente consolidada como divisa internacional confiable, pero sin duda esta revisión ha aliviado a algunas potencias europeas. El Yen ha seguido el sentido inverso (se pasa de 135,6 a 139,6 yenes por euro en once meses), con una economía japonesa que sale tímidamente de su larga recesión (crece su PIB al 2,8%).

Los tipos de interés adoptan un nivel favorable en comparación con el tipo marcado por la Reserva Federal. El alzamiento ha sido muy inferior a la que ha impuesto la Reserva Federal (que ha elevado sus tipos de interés de un 2,25% al 4,25%). La política monetaria del Banco Central Europeo ha sido expansiva comparada con etapas anteriores –si bien siempre prudente para contener una inflación, que no cabría esperar crecer en un marco semirecesivo-, y en comparación con EEUU. Ahora bien, cambian de tendencia al incrementarse de un 2% al 2,25%, rompiendo con la línea de tipos de interés bajos. Este factor puede ser positivo, respecto al dólar, porque puede restar presión a un euro duramente encarecido, pero también atraerá menos inversión financiera en la UEM por parte de países externos a ella. En lo que refiere a España el nivel de los tipos de interés reales (resta de tipos de interés nominales menos la inflación), como observamos, están en niveles negativos, lo que constituye un síntoma de que la economía difícilmente va a encontrar estímulo merced a la política monetaria. Esto sólo puede conducir a un previsible ascenso de los tipos de interés. Si esto sucede muchas economías domésticas, fuertemente endeudadas pueden sufrir consecuencias graves, si su elevación no es gradual y ordenada, dentro de un contexto que compense sus efectos.

En cuanto al sistema financiero, por fijarnos en un indicador sintomático, la bolsa este año también arrojó un incremento del valor de las acciones en un 18,7%, alcanzando 1.138,50 (Base Dic. 2004=1000) como índice de cotizaciones de acciones de la bolsa de Madrid. Lo que confirma otro síntoma positivo, al menos en lo que refiere a las expectativas vividas.

En cuanto al sector público, aún sin contar con datos para 2005, se ha disminuido la necesidad de financiación y el déficit público. Se muestra un alivio en este sentido –favorecido por el crecimiento económico-. Dada la continuidad en la política económica del nuevo gobierno, parece haberse sujetado y limitado la iniciativa pública de manera férrea. En cualquier caso, sigue siendo la recaudación en materia de Seguridad Social la que moldea la figura del déficit público compensando el 1,2% de déficit (medido respecto al PIB a precios de mercado, para 2004) de la Administración Central, dado que las administraciones autonómicas y municipales apuntaban una situación prácticamente saneada a este respecto según los datos consultados. Así, en 2004, el déficit público global sólo fue del 0,2%, lo que impide decir que este indicador constituya una hipoteca significativa para emprender iniciativas más decididas. Se puede constatar que estamos bien lejos de los déficit de más del 3% con los que nos encontrábamos antes de 1998.

A este respecto, no hay justificación para impedir acciones valientes para impulsar la economía con iniciativas expansivas o desarrollar políticas sociales por parte del gobierno (que en algunos aspectos muy tímidamente sí ha desarrollado: mejora del salario mínimo interprofesional, de las pensiones mínimas, una apertura al Sistema Nacional de Dependencia, etc…), salvo los corsés que impone el modelo socioeconómico de la UE –y su Plan de Estabilidad y acuerdos herederos del mismo-. En cualquier caso, las iniciativas previstas no parecen de gran envergadura, apuntando una línea coherente de política socialiberal (política económica neoliberal, políticas sociales que mejoran tímidamente casos extremos a posteriori, y una política en materia de derechos civiles proclive a las libertades individuales). La política económica del gobierno parece intensificar su apuesta neoliberal, y como prueba está su línea prevista de reforma fiscal, que sigue recortando el peso del sector público (bajando los impuestos), haciendo retroceder los impuestos directos, y abaratando el coste fiscal para las rentas del capital.

Las rentas del trabajo son las que soportan en mayor medida, y sin apenas posibilidades de escape, los ingresos del sector público, en una proporción sensiblemente superior a su peso en el PIB. Lo que constituye en enorme agravio comparativo en relación a la escasa aportación de las rentas del capital que no contribuyen con el mismo peso de sus ingresos declarados. Éstas, a su vez, parecen recibir también una mayor proporción del gasto público en diversas modalidades (subvenciones, bonificaciones, inversiones, etcétera). Esto permite asegurar que el efecto redistributivo de la función pública es negativo –sin mencionar el excesivo peso de los impuestos indirectos en el conjunto de los ingresos del Estado-. Los impuestos directos representan en 2004 sólo el 27,58% de los ingresos públicos. Esto es, los sectores asalariados soportan al Estado en mayor medida a su participación en la renta global, y este utiliza estos recursos para volcarlos, mayormente, a favor del capital y su acumulación.





Fuente: Banco de España. Operaciones no financieras, financieras y balances financieros. Recursos corrientes y de capital.


En cuanto a lo que el endeudamiento del sector privado se refiere, podemos observar, con las cuentas de los sectores económicos no financieros y de las familias, que se llega a un nivel cada vez más preocupante. En parte, la relativa euforia de estos años, especialmente si lo comparamos con la situación internacional de cuasirecesión (por ejemplo, Italia tan sólo ha crecido un 0,1%; Alemania un 1,4%; el Reino Unido un 1,7%; y Francia un 1,8% de sus PIBs) o gran ralentización de las economías de nuestro entorno (la OCDE en el II trim. de 2005 creció interanualmente tan sólo un 2,6%), ha sido debido a las alegrías adoptadas por sectores que determinan el vigor de la demanda (compra, precios y construcción desproporcionados de vivienda), lo que constituye una posposición de la manifestación de posibles problemas, quedando éstos aún por resolver. La tasa de ahorro con un dato del 11,2% del PIB en 2004, aún estando en un nivel relativamente estable, que podría sugerir que el problema no es tan grave –si hacemos la vista gorda con la desigualdad con que este dato se reparte-, no resulta suficiente para compensar el cambio de signo – producido en 2002- y la fuerte tendencia hacia una importante necesidad de financiación de los hogares –especialmente motivada por el espectacular crecimiento del coste de la vivienda- (según CNE-2000, INE), especialmente en los últimos cinco años. El importe medio de las hipotecas constituidas crecía (Oct. 2005) un 12,1%. Todo ello, en un país en el que en el capítulo de “viviendas desocupadas y otras” podemos calcularlo en un 16,2% del total del parque (datos de 2001, Banco de España) y que, de las viviendas principales, ya baja del 10% el número de viviendas en alquiler. La cultura patrimonialista sobre la vivienda atrapa las economías domésticas, lo cual puede estrangular el consumo en años venideros.

Según esta misma fuente, el ahorro de las sociedades no financieras de la economía no es capaz de sufragar, por poco, las inversiones acometidas, lo que incrementa el endeudamiento de la economía productiva privada. En contraste, las sociedades financieras, aunque moderan su situación favorable, gozan de excelente salud en este punto. En términos globales, la necesidad financiera respecto al resto del mundo de la economía española, en 2004, ascendía al 4,8% del PIB, cuando en 2002 alcanzaba apenas el 2,2%, lo que entraña un empeoramiento neto.


El crecimiento económico empuja el desarrollo de la ocupación y el empleo. La ocupación (que incluye a asalariados y empleadores, y que ya son en España 18.191.500 personas), medido en puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo, creció y lo hizo al 3,2%, poco por debajo del crecimiento del PIBpm. De nuevo, es la rama de construcción la que es protagonista a este respecto (creció un 8,8% en ocupados, aunque a un ritmo menor que años anteriores), cuando las ramas energéticas cayeron (-0,3%), y las industriales se mantuvieron inmóviles (0,5%). La ocupación en los servicios creció un 3 % en 2005 (III trim., Contabilidad Nacional Trimestral de España Base 2000).

Analizado el crecimiento del empleo (trabajo asalariado) los datos no son muy distintos. Creció un 3,6% también, mejorando valores de años anteriores. En el último año el número de asalariados ha crecido en 896.000, lo que es una evolución muy intensa, pero que no garantiza la calidad de dicho empleo. Parece modificarse y mejorar la relación entre el indicador de crecimiento económico y empleo (se suele afirmar que el crecimiento del empleo en España lo hacía muy por debajo de la velocidad del crecimiento económico, relación que ha mejorado). Igualmente, el empleo en la construcción creció un 9,2%, pero, mientras que la ocupación agraria y pesquera apenas creció un 0,5% el empleo lo hizo al 6,4% (¿quizá mediante el empleo de inmigrantes?).

La tasa de actividad de la población de 16 y más años, a fin de 2005 según la EPA, es del 57,72%. La de los varones es del 68,95% y la de las mujeres del 46,95%. La disponibilidad de la población en edad laboral para con el empleo ha crecido.

Un dato primario de precariedad, aparte del nivel de salarios y el de paro –o la naturaleza protectora del empleo en general-, es la tasa de temporalidad. En este año, la tasa de temporalidad alcanza un valor preocupante del 33,7%, lo que es un valor que nos devuelve a una situación peor desde 1997, año en que se firmó una importante reforma laboral que pretendía atajar esta cuestión.

La tasa de paro desciende y se situó en el 8,7% en España (8,3% en la zona euro; 5% en EEUU; 4,5% en Japón), tras algunos años de intensa creación de empleo pero también producto de modificaciones recientes en los criterios estadísticos de la EPA, siendo esta tasa de poco más del 5% en CCAA como Madrid, Aragón o Navarra. Las tasas de paro más elevadas se dan en Extremadura (15,3%), Andalucía (13,8%) y Canarias (10,6%). La tasa de paro de los extranjeros es del 10,2% y su tasa de temporalidad duplica la de los españoles.

La remuneración de los asalariados creció un 6,4%, con un 12,7% de crecimiento producido en la construcción, lo que no impide que el llamado también “fondo de salarios” crezca menos, en porcentaje del PIB, (49,88% en 2003) que el Excedente Bruto de Explotación (o “masa de beneficios”). El incremento salarial pactado en la negociación colectiva en 2005 fue del 2,93% lo que se traduce en una pérdida del poder adquisitivo medio de los trabajadores (el IPC creció al menos un 3,4%). De modo consecuente los costes laborales (2,4% en 2005 –IIItrim.-, 2,5% en el periodo anterior) y salariales (1,9% en 2005 y 2,2% en el mismo periodo del año anterior) no dejan de moderarse en su crecimiento. La jornada laboral se incremento un 1% siendo anualmente de 1.757.7 horas, según datos de CC.OO.

Por otro lado, y muy vinculado a razones económicas que inciden notablemente en los mercados de empleo debemos reflejar el fenómeno migratorio, de gran intensidad en los últimos cinco años y que ya se inauguró al menos hace diez, convirtiendo a España, por primera vez en mucho tiempo, en territorio de recepción, cuando antes lo era más bien de paso o sencillamente constituía un país en el que los emigrantes era lo habitual y la inmigración la excepción. La población española ya supera los 44 millones de habitantes y se estima que en torno a 3,7 millones de inmigrantes extranjeros están empadronados, siendo en torno a 1,2 millones los que aún carecen de documentación, a pesar del proceso de regularización masivo y extraordinario llevado a cabo en la primera mitad de 2005 y que ha normalizado a más de medio millón de inmigrantes extracomunitarios. Este colectivo se ha venido incorporando en subsectores económicos, en su primer periodo de estancia, como son el servicio doméstico (sobre todo mujeres), la agricultura (a través del régimen de temporada, sobre todo varones), para luego pasar a sectores –considerados de paso- como son la hostelería y, aunque menos, el comercio, para llegar a otros –precisamente el protagonista del crecimiento económico en España- como es la construcción –con mejores salarios, aunque también con mayores riesgos laborales-. El proyecto migratorio de estas personas es procurarse una mejora de sus condiciones de vida, sobre todo por el punto de partida desfavorable de sus países de origen –empobrecidos por unas reglas de juego de la economía mundial profundamente desiguales-, y por las mayores oportunidades que comporta el aparente bienestar de los países del norte. La política migratoria sigue siendo muy restrictiva, y resulta incapaz de atajar el enorme volumen de economía irregular que golpea especialmente sobre este colectivo –y que constituye el efecto llamada más eficaz-, en primera instancia, ejerciendo una presión que abarata costes laborales, siendo los empleadores los auténticos beneficiarios de este proceso. En segunda instancia, puede explicar el porqué las tasas de temporalidad estén creciendo y los salarios reales pierdan terreno y capacidad adquisitiva. La política migratoria parece diseñada para debilitar las condiciones de negociación del colectivo inmigrante extranjero, pero también sus condiciones de ciudadanía, y la de todos los trabajadores como efecto indirecto.



Conclusiones

El año 2005 ha sido un año positivo para la acumulación económica pero cargado de desequilibrios en su arquitectura. Hemos asistido a una mejor evolución que los países del entorno, ahora bien, se muestran indicios que podrían anticipar un fin de ciclo, una vez pasada la inercia (en unos dos años). Los mismos factores que habían contribuido al dinamismo aparente de la economía española son, posiblemente, los que van a explicar para dentro de poco, una posible crisis, que si no mejora la evolución del contexto internacional, el modelo socioeconómico y la política económica, puede ser de carácter grave. ¿Cuáles son estos puntos a tener en cuenta?:

 El fin de las ayudas europeas.
 La política de recorte en materia macroeconómica en el marco europeo, con unos presupuestos que se congelan y que se reparten entre más socios. La continuidad del compromiso con el ajuste estructural, y una política monetaria que agota su vocación expansiva, pueden deprimir la economía.
 La continuidad del ajuste de la política económica gubernamental. Se evitan políticas expansivas y las políticas de gasto sólo se racionalizan afectando positivamente a colectivos muy desfavorecidos (aquellos que percibe en salario mínimo interprofesional, pensiones mínimas, etc….), haciendo soportar el peso del esfuerzo en el grueso de la clase trabajadora. Los estímulos y controles para que los empleadores promuevan su productividad, inversión y capacidad innovadora, parecen abstractos o inocuos. Tampoco se detecta una inversión pública que trate de corregir los desequilibrios de la economía privada.
 El crecimiento económico basado en una burbuja inmobiliaria de extraordinaria magnitud, cuyo fundamento material está basado en expectativas nada sólidas y que ya apunta a un posible desinflamiento.
 El endeudamiento de las familias y la fuerte moderación de los salarios que interrumpirán la euforia en el consumo.
 El probable crecimiento de los tipos de interés y las dificultades consiguientes para el consumo y la inversión.
 La fortaleza del euro y las dificultades para las exportaciones y encarecimiento de las importaciones españolas.
 Las previsibles relocalizaciones de empresas a países emergentes, síntoma de agotamiento del modelo de baja innovación y bajos costes del modelo español.
 El encarecimiento de las energías, especialmente el petróleo, y la ausencia de una política energética alternativa.
 Una tendencia a que las tasas de rentabilidad ultimen su escaso ascenso en uno o dos años.


En suma, la economía y sociedad española pueden inaugurar una situación con unas inercias que terminarán por tropezar si no se le ponen remedio. Las buenas sensaciones macroeconómicas de estos tres últimos años nos debe hacer reflexionar sobre si la percepción y la intuición inmediata coinciden con el diagnóstico de un análisis más profundo y a más largo plazo. Sólo identificando nuestros problemas y conflictos podremos enfrentar el futuro con mayor acierto. La euforia y el éxito, sobre todo si son aparentes, relajan la atención sobre lo importante, e impiden detectar los errores cometidos, y pueden ser malos consejeros.

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