10/10/08

Financiarización y economía real: ¿Qué es la financiarización? (1/5)


Financiarización y economía real: perspectivas para una crisis civilizatoria.
Eduardo Gutiérrez y Daniel Albarracín . Publicado en la Revista Viento Sur nº101, 2008

Este artículo consta de cinco apartados que serán colgados gradualmente en los próximos días.

Para leer el artículo completo pinchar en:
http://www.vientosur.info/documentos/Financiarizacion.pdf

1. Caracterización del fenómeno financiarización.

Los discursos liberales nos prometían un panorama de mercados financieros globalizados que facilitarían el acceso a los recursos financieros del tercer mundo (Consenso de Washington) y la oportunidad de empleo, e incluso la salida de la pobreza, para todos. Los hechos no están dejando dudas, son los estados y economías más desarrolladas, las que están financiándose mejor en los mercados financieros globales (véase USA versus China), y la pobreza crece en paralelo a una riqueza cada vez en menos manos. Ahora la crisis actual desecha cualquier argumento que procurase legitimar una interpretación semejante.

Estamos en un periodo de recesiones recurrentes que ya han tenido manifestación anterior (1973-1985, 1991-1994) y estamos ahora profundizando en otra, posiblemente de un alcance más intenso. Así, desde los años 90 ha coincidido la exuberancia de las finanzas con una crisis camuflada de la economía capitalista. Una crisis, que supone la hipertrofia financiera (Albarracín, J.; 1994) y es un signo del final de una crisis sistémica de acumulación, que tiene lugar en la fase de desaceleración de la última onda larga de acumulación (E.Mandel; 1972) inaugurada tras la II Guerra Mundial.

Esta hiperfinanciarización de la economía es, de manera semejante a otros periodos históricos (G.Arrigui, 1999), una fase compleja que coincide con la manifestación final de una crisis de fondo, cuyo origen cabe localizar al menos en la crisis de 1973, momento en el que las dificultades de inversión rentable, conllevando que una mayor parte del capital cambie sus prioridades. Sus consecuencias y efectos, ahora se están agudizando decididamente, y al menos una fracción oligárquica del capital, trata de blindarse ante la nueva fase. Ahora la inversión se inhibe y se abstiene, porque el excedente lo retienen en mayor proporción los grandes accionistas, y a la que se realiza, se la exige que contenga costes mínimos, que su viabilidad sea segura –lo que implica que enraíce con necesidades sociales cautivas-, y que su optimización esté garantizada de antemano. Aquellas inversiones en bienes con poco fundamento se están pulverizando. Un ingente capital que no encuentra destino suficientemente rentable en la inversión productiva habitual lo hace en “bienes refugio” (como lo fue el suelo, o lo están siendo ahora diversos recursos naturales y materias primas, fuente de riqueza duradera), y se desplaza a los diferentes mercados financieros para capturar y concentrar los derechos sobre su propiedad, en búsqueda de nuevos réditos cada vez más difíciles de encontrar –en un entorno económico más incierto-. Ahora se fija la atención en nuevos y viejos mercados de bienes y servicios que generen seguridad rentable aun a costa de que la forma en que se apropien, produzcan y distribuyan generen inseguridad para el planeta y la sociedad. Además, cada vez el espacio económico que trata de evitar o transgredir la legislación se amplía –de por sí laxa-, quebrantando y falseando los sistemas de contabilidad y auditoria al uso, pulverizando formas socialmente útiles o medioambientalmente sostenibles, y también, la confianza mínima exigida para estos sistemas entre las grandes corporaciones financieras y empresariales.

Así, se constata que las tasas de inversión son cada vez más frágiles. Y esto se debe a que la recuperación de la tasa de rentabilidad media no ha podido compensar la retención y desvío del excedente hacia “accionistas, acreedores y propietarios de fondos”[1], en claro detrimento del propio crecimiento económico. La tasa de beneficio retenido, indicador efectivo que mueve la inversión, cae (Álvarez, I; 2007). Este indicador habla del excedente liberado de intereses y dividendos pagados, y, por tanto, susceptible de reinversión. Este es el auténtico significado de la financiarización, síntoma de la crisis, obstáculo a la inversión, lastre que encierra el colapso de los sistemas financieros globales, que condiciona el comportamiento económico productivo real y desestabiliza la dinámica macroeconómica por una burbuja financiera[2] que ha agotado su expansión, y cuya explosión ya ha comenzado.

La producción, base de la generación del valor, en la que tiene como factor determinante a la fuerza de trabajo, ya no se quiere representar, merced al fetichismo ideológico reinante, como el origen de la riqueza –aunque obviamente lo sea-. Los procesos de realización han subordinado y sometido a las fases productivas y extractivas a su dominio; la distribución comercial preside la puerta que hace posible la rentabilidad porque en su mano está la llave de la venta final de las mercancías. Los oligopolios comerciales, al cautivar los mercados finales tienen capacidad de imponer precios –y el sello de su marca- a los fabricantes y otros productores directos (industriales, agroganaderos, extractivos, etc…). Ahora bien, desde hace algo más de una década, es el capital financiero el que ejerce el papel de ojo que todo lo ve, y a lo que no “presta” atención termina por ahogarlo[3].

El propósito del capital financiero es la obtención de valor para el accionista o el mayor retorno para la colocación de capital en los bonos en los que haya situado su dinero (deuda pública, divisas, diferentes empréstitos –inmobiliarios, obligaciones-, etc…), por encima, ahora ya en la mayoría de las veces, de la rentabilidad empresarial, entendida en términos productivos clásicos. El capital financiero es el eje de la apropiación y de la concentración del valor, más que un factor de su generación. En una fase de crisis, en la que crece el fenómeno del endeudamiento, donde se trata de proyectarlo casi todo hacia el futuro, hay terreno abonado para una mayor primacía del capital financiero, y su juego es, a su vez, el auténtico tapón que reprime y condiciona cualquier solución. Pero no sólo es un obstáculo pasivo que inhibe, sino que también pone en juego activamente nuevas figuras empresariales y de canalización de fondos –fondos de inversión agresivos y otras figuras instrumentales afínes- cuya naturaleza es preciso desentrañar, así como sus formas de funcionamiento, el entorno desregulatorio permisivo que les ampara, y sus consecuencias en el mundo empresarial y económico en general[4]

La prevalencia del capital financiero sobre el sistema productivo y comercial, no sólo entraña la apropiación desproporcionada del excedente extraído por el capital en su conjunto, sino también nuevas formas de concentración de capital y reordenación del perímetro empresarial (Álvarez, I.; 2007), con nuevas estrategias societarias y mercantiles basadas en la minimización de costes y difuminación de cualquier responsabilidad social, medioambiental o laboral.

Dentro de la fase de financiarización actual no sólo se impone un nuevo perfil de dinámica y formas económicas dentro de un viejo modelo sino también un período de reordenamiento de la competencia entre fracciones de capital que en las configuraciones de empresa-red dominantes, culmina con una integración subordinada de las fracciones industrial y comercial, implicando una apropiación extraordinaria del excedente para el sistema bancario y de seguros, verdadero actor propiciatorio de la concentración del capital.

Pero la auténtica clave no se encuentra principalmente en esta reordenación de la “cooperación y jerarquía” burguesa, sino en la profundización de los procesos de extracción de plusvalía, y consiguiente incremento de la tasa de explotación. Extracción de plusvalía y extorsión social en forma de degradación y recomposición de la relación salarial; el desarrollo de políticas públicas favorables a la regulación flexible; y la extensión de mecanismos de reproducción social que presionarán a mayor parte de la población a estar disponibles, empleables y adaptados al marco de unas relaciones laborales con cada vez más exigencias, menos compensaciones y menores redes de derechos sociolaborales.

La piedra angular de esta dinámica acaba por estar soportada en la espalda de los productores directos, principalmente la clase trabajadora, que al final es quien padece las reestructuraciones, la vulnerabilización de las condiciones de vida y laborales, las subcontrataciones y externalizaciones, la precariedad e inestabilidad del empleo, la erosión de sus niveles salariales directos o indirectos, o el deterioro del bienestar y la salud. En suma, no sólo se modifica la regulación e intervención pública; no sólo se generan nuevas formas de apropiación del excedente (contra la inversión estructurada a largo plazo, y contra productores directos con pocos recursos de implantación en el mercado), sino que esto se traduce en mayor explotación laboral, social y medioambiental bajo nuevas formas que merecen ser estudiadas.

Una acumulación capitalista que ya no se funda en la inversión que maximice la producción, sino sólo en aquella que consiga hacerla rentable, aún a costa de contenerla -¿quizá suponga una apuesta por aumentar la tasa de rentabilidad también por la vía de reducir el crecimiento de la composición orgánica del capital, que combinaría con estrategias de maximización de la tasa de explotación[5]?-.

[1] Se calcula (I.Álvarez, 2007) que para 2004 los inversores institucionales en la economía mundial movían un volumen de activos financieros de más de 43 billones de dólares. El núcleo más creciente de todos ellos han sido los fondos de inversión.
[2] “El volumen de transacciones de los mercados de divisas entre 1990 y 2005, en términos de PIB mundial se ha multiplicado por 3,5, el de deuda pública y el derivados (productos que mitigan los riesgos ante el cambio de los tipos de interés y de cambio) por 4 y el de acciones por 9”. (Álvarez, I.; 2007: 23).
[3] El ámbito de las finanzas ha sido un espacio económico primordial en el desarrollo capitalista, y especialmente en la consolidación de las formas de poder económico a lo largo de la historia. En primer lugar, los capitalistas encontraron como una forma de financiación la capacidad de endeudarse al prometer la devolución más allá en el tiempo, haciendo de esta variable una baza a su favor, e introduciendo las expectativas y la confianza en el curso de la economía. Permanentemente los plazos de confianza de los capitalistas se estiraban, y para los más débiles y subordinados se acortaban. Además, con la acumulación de la capacidad de conceder o no conceder financiación, manejando las compuertas de la liquidez y el crédito, la oligarquía financiera ha conseguido capturar a otros que les necesitaban, generando redes de dependencia a veces tan intensas como la propiedad, condicionando las inversiones a una rentabilidad, y a los necesitados a exprimir sus esfuerzos en la devolución de las deudas correspondientes. No obstante, el salto cualitativo de las finanzas radica en la primacía de los mercados financieros, que no sólo convierte la titulación de acciones, obligaciones y otros bonos diversos (productos derivados de los riesgos de los tipos de cambio e interés) en una fuente añadida de financiarización, sino que implanta el criterio de la rentabilidad de éstos –el valor o rédito para los “inversores”- como prueba de convalidación de las principales decisiones económicas en un contexto capitalista, incluso por encima de la rentabilidad empresarial, detrayendo recursos a la inversión (“beneficio retenido”).
[4] .- A ese objetivo atiende la reciente:”Guía de treinta minutos de los fondos de capital-inversión”, recientemente publicada por el sindicato global UNI.2008. Disponible en:www.uniglobal.org/privateequity.
[5] La tasa de rentabilidad depende de una fracción (tasa de explotación/(composición orgánica del capital +1), en la que para aumentarla hasta ahora se apostaba principalmente en el aumento del numerador, pero también contribuiría el descenso de su denominador. Dicho de otro modo, la estrategia de racionalización de costes estaría al servicio de este propósito: rentabilizar el capital, sin invertirlo, sólo prestándolo.

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