13/2/11

Otro Davos. Construir estratégicamente otro sindicalismo.


Publicado el 24/01/2011

Camilo Espino - Militante de Izquierda Anticapitalista

El modelo sindical existente se configura como uno de los subproductos contradictorios correspondientes a la relación salarial de este periodo histórico. Por un lado, consolida una formación sociohistórica concreta. Por otro lado, establece mecanismos de compensación parcial para poder sostener la paz social, siempre que no amenace la potestad empresarial del control de la organización del trabajo y de sus estrategias de rentabilidad. El sindicalismo persigue ser contrapeso dentro de un sistema sin ser antisistema. Como un instrumento de defensa de derechos puede ser útil, si bien su balance en este capítulo no ha sido positivo en las últimas décadas. Para que pudiera promover cambios de envergadura política, y para conseguir pasar de la resistencia al avance en la mejora de las condiciones de vida y empleo, requiere una transformación de sus prácticas. Esto implica cuestionar no sólo su dirección en clave gestionaria, sino también replantearse como organiza a sus bases sociales para enfrentar los conflictos, y cuestionar y trascender en lo concreto el marco institucional que le sujeta.

Los problemas fundamentales del sindicalismo contemporáneo son al menos dos:

* El primero es la ausencia, en la mayor parte del movimiento obrero organizado, de un compromiso efectivo y de una coordinación internacionalista con capacidad de unificar la acción ante un capitalismo que es global. Una coordinación, que si no puede ser total al menos tiene que ser lo más amplia posible.

* El segundo, es la tendencia institucionalista de las grandes organizaciones sindicales al empotramiento, cuanto menos, en la órbita del Estado-Nación burgués. También el colaboracionismo con o consentimiento de las políticas neoliberales. Lo más frecuente es que se toleren, a cambio de compensaciones de mínimos, y de que se reconozca el statu quo sindical y se renueven los recursos para que sobreviva su aparato.

Algunas de las reflexiones se centran sobre todo al caso español, que puede tener similitudes con la situación de las organizaciones sindicales en el arco europeo mediterráneo, si bien trataremos de dar una perspectiva más amplia.

El sindicalismo español, como tantos otros, alcanzó su reconocimiento y legalización formal ligado al desarrollo del Estado, gracias a la conquista del movimiento obrero de unos derechos y libertades en una transacción que, al mismo tiempo, estableció sus límites: la Transición Política. Lo que se quiso como plataforma para lanzarse hacia delante, forjó su techo.

La orientación, las iniciativas y reivindicaciones sociolaborales de las direcciones sindicales son el habitual eje de análisis de la izquierda. Pero este factor no puede examinarse solamente fijándose en el programa sociolaboral, sin dar cuenta del propio marco institucional –a escala nacional e internacional- en el que se define el haz de desarrollo de los sindicatos. La dirección de cualquier sindicato debe evaluarse tanto por su orientación en cuanto al modelo sociolaboral, como por su relación con dicho marco político-institucional, que configura dicho techo, y que determina el modelo socioeconómico y el margen de acción de los sindicatos dentro de los cauces legales.

En el plano europeo, al menos identificamos dos fenómenos ideológicos que se han fraguado institucionalmente. El primero es, para el caso de España, la idealización de Europa como fuente de modernidad y de progreso, que finalmente ha supuesto la integración en una Unión Europea mercadista, y sujeta a una política económica y monetaria, en torno al Euro, que ha impuesto una orientación perjudicial para cualquier semiperiferia. El segundo, es que con la configuración del modelo institucional de la UE, un área de mercado controlada por los países centrales, trajo consigo la consolidación del neoliberalismo, y la integración de los sindicatos europeos en una superestructura formal a escala europea. Esa superestructura, que no trasciende más que como grupo de presión, sustancialmente constituye un agregado de intereses dispersos aún dominados por una perspectiva nacional, y en la que resulta muy difícil trasladar una política común del mundo del trabajo. El caso más paradigmático son las divergencias en cuanto a la política económica, y qué se plantea sobre la crisis del euro y de la propia UE. La consecuencia es que frente a una Europa del Mercado y del Capital no hay enfrente más que un conjunto disperso de sindicatos nacionales descoordinados en la práctica, y con orientaciones dispares.

En España las grandes centrales sindicales (CCOO y UGT principalmente) han asumido desde hace tiempo una escisión entre lo político y lo económico, en este último largo periodo. Una vez que se ha hecho incuestionable el marco institucional que se han dado desde la Transición, la dimensión laboral ha sido su centro de atención. Lo laboral sería la esfera en que los sindicatos actúan. Pero a su vez se entiende como subproducto de la dinámica económica, en manos del capital y la “lógica de la competitividad y el crecimiento”. Se impuso así una nueva hegemonía neoliberal con un contrapeso débil. El diálogo social ha sido la vía para dosificarla. Lo político ha sido un dato reducido a la coyuntura electoral y la eventual adaptación sindical a cada gobierno. Se admite ser agentes consultivos, pero siempre y cuando la influencia no rebase cuestiones relevantes. Y, en el actual contexto lo político, pulverizado a su dimensión de adaptación a los márgenes posibles que permite cada gestión gubernamental se convierte en un permanente cálculo de oportunidad. En la práctica, ahora, buscando el mal menor al temer que el conservador Partido Popular llegue al gobierno. Lo que conduce a una subordinación al gobierno del PSOE, protagonista de las mayores agresiones neoliberales en estos años. Esta forma de despolitización, de falta de autonomía, y el refugio en el mal menor permanente de los grandes sindicatos, se corresponde con la fe depositada en el sistema de democracia formal. Un sistema lleno de trampas electorales y mediáticas, y supeditado a su vez a la decisiva influencia del poder económico de las grandes corporaciones y de las oligarquías financieras nacionales e internacionales. Esa misma fe en el sistema parlamentario burgués es el velo que impide ver ese techo, y que imposibilita quebrarlo.

Tras la Transición coincidieron la desmovilización y una moderación ideológica –desde la socialdemocracia al socialiberalismo-. Se pasó desde el movimiento sindical –sin recursos ni capacidad técnica, pero con raíces e influencia sociopolítica- hacia el sindicalismo institucionalizado, con un aparato y recursos importantes, ya en los 90, confiado a la “tecnocracia pactista”. El retroceso y las derrotas de los años 80, fueron el prolegómeno a reformas laborales de corte neoliberal impuestas, algunas pactadas por la ascendente socialtecnocracia sindical. En todo ese proceso han perdido fuerza y legitimidad social.

La involución “tecnopactista” se acentuó hasta que los sindicatos mayoritarios han visto amenazado incluso su statu quo, con la crisis y la nueva gran ofensiva neoliberal. Con la asimilación de minorías críticas, y el cambio en la dirección de CCOO parecía que podría haber un tímido viraje a la izquierda, y dar algún pie a la lucha. Pero, más allá de amagos y de algún proceso de protesta, como la última huelga general del 29-S, el chantaje de los mercados, y el miedo a la llegada del Partido Popular al gobierno, les ha hecho afianzar su apuesta por la estrategia pactista. Cuando parecía que iban a enfrentar el durísimo paquete de reformas antisociales (programa de austeridad, recortes salariales, reforma laboral, reducción de las pensiones, etc…) han optado por proponer un gran pacto social que simplemente aspira a contener la intensidad de las agresiones, transaccionando fuertes retrocesos en materia de pensiones para aliviar otras reformas estructurales (reforma laboral, negociación colectiva, políticas activas de empleo, política industrial, etc…).

El sindicalismo está en un marco propio sujeto al esquema institucional consolidado en todo este periodo. Un marco formado por el sistema de diálogo social, de negociación colectiva, y antes que eso el sistema de financiación y representatividad, de atribución de competencias para negociar y operar que tienen los agentes sociales, entre otros aspectos. El marco político-institucional, una vez naturalizado, ha sido incluso más determinante que la propia dirección sindical. Con el marco normativo, con el modelo de legitimación sindical y de provisión de recursos de financiación afianzados se ha conseguido aplacar y condicionar severamente la influencia del movimiento obrero. Tanto en el ámbito sociolaboral como en el político. El objetivo para los que quieren cambiar esta dinámica, por tanto, es tratar de visibilizar las sujeciones y tratar de romper las ataduras.

Ciertamente, debemos ampliar nuestra mirada, porque no todos los problemas radican en un origen remoto. Porque la historia sigue, y no hay estructura sin sujetos. La izquierda antisistema debemos fijar la atención en ese transitar contradictorio de los sujetos y su cotidianidad, para enfrentar el inmovilismo sindical, y para intentar combatir la burocracia y el conservadurismo. Una vez visto que la dirección sindical debe romper cualquier techo, para superar el “empotramiento dependiente” en la periferia del aparato del Estado, debe promoverse la energía de las bases desde abajo. Así, las claves que nos debemos preguntar son cómo se produce la formación social del sindicalismo como movimiento, cómo se da estructura a su organización práctica, cuáles son los mecanismos afiliativos, las modalidades de representación y participación democrática o también cuáles están siendo las estrategias de lucha y de acción sindical. Las existentes hasta la fecha se han mostrado inadecuadas e insuficientes para contrarrestar las formas de despliegue capitalista en la fase contemporánea.

La conformación de comités y secciones sindicales siguen un esquema centrado a la polaridad centro de trabajo-sector. Se van avanzando fórmulas intermedias (comités intercentros, comités de empresa europeos, etc…). Pero el capital se mueve y toma decisiones en forma de cadena de valor transnacionales y se despliega en la práctica a través de empresas-red y se concentra en el territorio en distritos empresariales de oficina, industriales, centros comerciales o zonas de ocio. Está manera de operar contribuye a difuminar la eficacia de una regulación pensada para esquemas de un fordismo nacional, que ya apenas tienen vigencia. Debemos pensar qué nuevos espacios de colaboración y representación entre trabajadores se han de impulsar.

La presencia, representación y acción sindical en el tejido empresarial es desigual debido a las dificultades para ampliar su implantación. Sobre todo en la pequeña y mediana empresa, por razones de adversidad empresarial, de dificultad de conformar candidaturas, pero también por la dificultad de celebrar elecciones sindicales debido a las reglas existentes de celebración centro a centro.

En cuanto el carácter de gran parte de los y las delegadas de personal, que nutren de fuerza de intervención en las empresas, está muy influido por la obligada carrera por la audiencia electoral. Esta empuja a configurar listas y candidaturas en cada lugar, con personas de las que no se puede asegurar unas condiciones y compromisos, en un contexto empresarial adverso, y que dispondrán de unos derechos individuales al margen del sindicato por el que se presentan. Al fin y al cabo, las direcciones sindicales a todos los niveles son el resultado de personas que han experimentado este filtro, y ello dejará su impronta.

El marco institucional, como vemos, influye en el carácter del acceso y participación en los sindicatos, contribuyendo poco a poco a su recomposición social y, a largo plazo, a su reorientación práctico-ideológica. Si queremos comprender la actitud de los sindicatos, también debemos valorar los mecanismos de conformación de sus bases sociales. Esos mecanismos entrañan, en parte, un caballo de Troya.

En un contexto donde la negociación colectiva afecta a todos los y las trabajadoras estén o no afiliados, la tendencia a la afiliación en la práctica no se ve muy estimulada, salvo para la consecución de algunos servicios, ya en un contexto de poca movilización. No se desarrollan prácticas ni espacios de participación habituales, y no se establecen tareas y encuadramiento para cada persona, sean de formación o de discusión sindical, que le hagan sentir protagonista. Esto, además, marca un carácter más de socio que de militante a las personas afiliadas.

El colectivo social que conforma la estructura sindical más activa se explica por razones histórico-generacionales, ligadas a la herencia de la lucha antifranquista. Pero a aquel se añaden otros nuevos que acceden para “obtener servicios”, para defenderse de un conflicto laboral puntual, sin orientación ideológica, y con una actitud delegacionista, cultivada por la dirección.

El debate y la toma de decisiones se han ido centralizando en una casta dirigente endogámica y burocrática. En los grandes sindicatos españoles se ha acabado con las corrientes sindicales de orientación programática, y se ha dado paso a agrupamientos por el poder –en forma de familias y tribus, con un carácter personalista- con diferenciación débil de proyecto. Ha preocupado más la perpetuación en cargos y en el modo de vida consiguiente que en la renovación, actualización y profundización de las estrategias sindicales.

Resulta atractivo un estilo de vida en el que un trabajador adquiere jerarquía y reputación, inaccesible a un asalariado medio. El interés por un puesto que prolongue ese seductor modo de vida, va sedimentando complicidades con propios y extraños. Contemporizar con reclamaciones empresariales es un riesgo cierto. Las tentaciones para moderarse, buscar oportunidades de promoción, o llevar una vida más serena, son grandes. No hacen falta grandes sobornos. Aquí radica el problema principal, dado que las grandes corrupciones suelen ser excepción.

La consecuencia consiguiente ha sido la degradación de la amplitud y calidad de la democracia sindical, profundizando el modelo representativo desde arriba, y el burocratismo.

Con lo señalado, nuestro propósito no es minorizar la responsabilidad de las direcciones sindicales excusando su orientación conservadora por dimensiones que les pueda exceder, como puede ser por arriba el marco institucional (nacional e internacional), y por debajo sus bases sociales. Al contrario, de lo que se trata es de tomar en cuenta que la dirección sindical debe enriquecer y completar sus agendas los aspectos organizativos, de financiación, de representación y dinamización democrática y adoptar una estrategia: desbordando las instituciones, y reformulando su modelo de organización, la participación democrática y sus prácticas de movilización. Sin olvidar, que también su estrategia programática resulta fundamental, tanto en su dimensión sociolaboral, como sobre todo política y económica.

¿Qué prácticas alternativas para un sindicalismo de combate y democrático?

El esquema de tareas debe contemplar una estrategia hacia:
• El Internacionalismo. Coordinación práctica. Hay que luchar por otra Europa, y, de de no poder ser, salir varios países desfavorecidos por su modelo para construir otro área económica con parámetros muy diferentes, con una moneda al margen del Euro y una política económica democrática al servicio de las necesidades sociales.
• Politización. Romper la relación salarial. Desbordar los corsés institucionales nacionales e internacionales. Forjar colaboraciones, sólidos y duraderos, aunque sean informales.
• Autonomía de la dinámica electoral y del parlamentarismo burgués.
• Determinación de las reglas de legitimidad y representatividad sindical liberadas del yugo del Estado. Elecciones convocadas desde los sindicatos.
• Acción unitaria para la lucha. Coordinación intersindical de clase. Pluralismo de corrientes en el movimiento obrero. Lo que conduce a desprenderse del socialiberalismo y de quienes lo defienden.
• Adecuar las formas de organización y representación en el tejido productivo a escala de cadena de valor, empresa-red y distritos de alta concentración empresarial y de trabajadores.
• Peso primordial de las cuotas de afiliación en la financiación sindical.
• Movimiento sindical. Nuevo perfil para la afiliación. Carta de compromiso, de derechos y obligaciones. Participación, asambleas, formación sindical, agrupamiento y asignación de tareas (formación sindical, difusión de política sindical, etc…). Democracia y militancia.
• Colaboración del movimiento obrero con el movimiento contra el capitalismo global y otros nuevos movimientos sociales. Cooperación del mundo del trabajo con la ciudadanía.
• Nuevas dinámicas y formatos de movilización:

Guerra de posiciones. Construir hegemonía:
a) Formación sindical y política permanente,
Movilización presencial:
b) Acción social politizadora. Generar espacios de apoyo mutuo popular, de espacios de encuentro lúdico-reivindicativo. Que no se arroguen las ONGs dicha línea de trabajo.
c) Acercarse a la gente: folletos-tarjetas de contacto para link divulgativo o puntos de contacto con grupos militantes, o convocatorias de charlas, mítines.
d) Presión en la calle: concentraciones, manifestaciones, huelgas totales en sectores clave, huelgas generales, etc.... Pensar en procesos de movilización en cascada con efectos de visibilización, simbólicos y de presión que se refuerzan en una trayectoria, más que en acontecimientos puntuales. Acabar con el todo o nada.
Movilización virtual:
e) informativa y sobre la imagen: Acción en la Red. Pancartas y consignas. Pintadas, música (creatividad crítica). Blogs y Páginas web. Documentales y videoclips políticos.
f) Medios de comunicación alternativos. Canal temático audiovisual en Internet.
Guerra de movimientos. Toma del poder: ocupaciones de centros de trabajo e institucionales. Construir instituciones de poder popular. Asambleas populares decisorias.
22-1-11
Fuente:
http://www.anticapitalistas.org/node/6268

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