27/11/12

Entrevista: ¿Qué hacemos con el euro? 1) El euro y la crisis



Esta es la primera parte de una serie de preguntas formuladas por Isaac Rosa, en forma de entrevista, que contesta Daniel Albarracín, como uno de los autores del libro ¿Qué hacemos con el euro? y que será colgado un extracto próximamente en un blog que busca abrir el debate que ya inaugura el propio libro.


1-El euro y la crisis
Daniel Albarracín

1.1-¿Había posibilidad en su momento de fundar una moneda única con bases diferentes a las del euro? ¿Hubo propuestas viables en ese sentido?.

En el contexto de los años 90 la hegemonía neoliberal campaba sin un contrapeso serio. La socialdemocracia abrazaba una versión compasiva del neoliberalismo y fue cómplice de las políticas económicas ortodoxas. Las fuerzas conservadoras contaban con el brazo de la izquierda del sistema, mientras que la izquierda alternativa y consecuente se encontraba arrinconada y sin apenas influencia social en Europa.
Eran los tiempos en los que las grandes corporaciones privadas influían decisivamente en los gobiernos más poderosos, y en los que Alemania se proponía la reunificación de su país, tras la caída del Muro. Francia exigió al país germano, para aceptar una nueva gran Alemania con un poder enorme, una profundización en la integración monetaria y que asumiese el abandono del marco. Alemania lideraba Europa hasta entonces con su moneda, a la que se adaptaban el resto de divisas. Francia, principal contrapeso entonces, perseguía que Alemania se viese condicionada, en alguna medida, al establecerse un gobierno comunitario en torno al euro. Pero Alemania pudo, en última instancia, delimitar las condiciones para la implantación del euro, obligando a los países que se incorporasen a la eurozona a establecer políticas de estabilidad en materia fiscal y de endeudamiento fuertemente restrictivas.
El intento de estabilizar los tipos de cambio a comienzos de los años 90 fue un fracaso, cuando la serpiente monetaria saltó por los aires. La estabilidad, la fijeza, y más aún la irrevocabilidad de los tipos de cambio, se demostraron una quimera en unas condiciones en las que economías dispares, sin integración institucional de base, ni convergencia reales no podrían sostener diferencias estrechas entre los tipos de cambio, cuya evolución diferenciada siempre muestra el síntoma de las divergencias de productividad, desigual inserción en la división internacional del trabajo y estrategia y poder comercial.
Sin embargo, y a pesar de lo mucho que se silenció, la fuerte propaganda institucional a favor de la convergencia nominal para alcanzar el euro, como un supuesto símbolo de una Europa moderna, sí se expresaron voces que argumentaron de otra manera. Por un lado, algunas con perspectiva crítica, como las de Pedro Montes en nuestro país, pero también diferentes economistas convencionales (Mundell, por ejemplo), señalaron que no había fundamento, ni técnico ni político, para una moneda única. Las razones eran varias. La eurozona no conformaba un “área monetaria óptima” por las disparidades de productividad o la falta de una economía integrada y coherente. Pero también las desigualdades sociales y regionales existentes, la ausencia de un presupuesto público cohesionador y redistribuidor entre pueblos, clases y regiones, o la ausencia de una política económica cercana a las necesidades sociales y bajo funcionamiento democrático, desaconsejaban su circulación.
En este sentido, la moneda, en una economía, es como el tejado de un edificio, debe establecerse en último lugar. Previamente hay que construir pilares sólidos, tanto de orden social, político, democrático como económico.
Para ello hay que disponer de unas instituciones democráticas que gobiernen, bajo control social, unos poderes públicos capaces de dinamizar la economía, redistribuir las rentas, transferir rentas de zonas ricas a otras atrasadas de manera solidaria, y conformar una división europea del trabajo, de la producción y comercial complementaria y cooperativa, en suma, instituciones reguladoras y democráticas que contrarresten las inercias competitivas que abocan a la rivalidad y las desigualdades socioeconómicas que una economía capitalista ocasiona. También son precisas unas exigencias de convergencia real en una serie de objetivos, como son la creación de empleo, una regulación básica de las condiciones laborales, una armonización fiscal directa y progresiva a escala europea, y un control de los movimientos de capitales, en especial para que la generación de los excedentes sirvan a la sociedad y no a una minoría propietaria y rentista. De otro modo las desigualdades aumentarán tanto entre el centro y la periferia, como entre clases sociales y regiones aventajadas y otras empobrecidas. Asimismo, resulta crucial contar con un Banco Central que incluya entre sus objetivos la creación de empleo y la promoción de actividades de inversión socialmente útiles, capaz de financiar en su caso a los Estados directamente, y regular el sistema financiero privado para garantizar la función social del crédito. Algunas medidas como las anteriormente mencionadas se plantearon en aquellos años, pero, desde luego, el mundo mediático y académico las confinó a la irrelevancia social, en un contexto donde la izquierda política no supo tampoco ser altavoz de las mismas, y donde la socialdemocracia fue quien, directamente, se opuso a ellas, en aras de una Europa idealizada que, bajo el látigo del sistema euro, nunca podría satisfacer las aspiraciones sociales de la mayoría.


1.2-¿Cuánto de la actual crisis europea es imputable al diseño del euro? ¿La crisis del euro es causa o consecuencia de las sucesivas crisis financiera, económica y social?.

Sin duda alguna, el problema de diseño de la UE y del sistema euro es grave. Sin embargo, no se puede comprender la envergadura y complejidad de la actual crisis sólo por la existencia del euro. Con el sistema euro contamos con un modelo sumamente inestable, frágil, y generador de desigualdades en el marco de la Unión Europea. El sistema euro ha agudizado la crisis vigente, y dificulta la puesta en pie de medidas para superarla. Pero no es el causante principal. La crisis financiera venía lastrándose tiempo atrás y ha causado el torbellino que puede acabar con el sistema euro tal y como lo conocíamos.
La dinámica del capitalismo en su historia reciente, cuanto menos en el mundo de la Triada (EEUU, UE, Japón), acumuló nuevas contradicciones desde los años 80. La restauración de la rentabilidad merced a las políticas de ajuste (salarial, del gasto público, etc…) inhibían las inversiones y el consumo. Para compensarlo se emprendió una línea muy heterodoxa en materia monetaria, que a partir de los años 90 se intensificó y complejizó, con políticas de desregulación financiera, provisión laxa de crédito –pero con condiciones que blindaban a la parte acreedora-, y políticas monetarias expansivas, con las cuales la demanda prosiguió su curso. La creación de capital ficticio hizo posible el surgimiento de diferentes burbujas que estiraron la última onda larga de acumulación hasta que el sistema bancario brutalmente apalancado (endeudado), y otros sectores insertos en una crisis de sobreproducción, no pudieron más a partir de 2007. La rentabilidad efectiva de las empresas se erosionó y las exigencias de los costes financieros asfixiaron esta dinámica, propiciando la gran crisis inaugurada a partir de 2008.
La economía europea también padece este estrangulamiento, y el modelo de financiarización que le atrapa cobra forma por el Sistema Euro adoptado en los años 2000 (políticas de austeridad, modelo fiscal regresivo, políticas monetarias expansivas y Banco Central Europeo al servicio de la banca privada centroeuropea). En suma, el sistema euro era un mal diseño, extraordinariamente débil y propiciador de problemas de por sí,  que agudiza los problemas tras la crisis, pero ha sido la crisis capitalista la que se le está llevando por delante.

1.3-¿Es cierta la responsabilidad de Alemania, o estamos sobredimensionando su papel?

Alemania tiene un papel muy importante en este modelo problemático, pero debemos huir de simplificaciones. No hay que dejarse arrastrar por una equivocada rivalidad entre pueblos y naciones. Los y las trabajadoras alemanas han padecido durante una década una política de ajuste salarial extraordinariamente dura y hasta siete millones de personal asalariado se emplea con minijobs. Las tasas de paro son menores porque el elemento compensador se produce al verse beneficiadas las economías centroeuropeas por las exportaciones en un mercado europeo dominado por los grandes capitales transnacionales con raíz en aquellos países. Alemania, además, no está sola, sino que cuenta con el apoyo y alianza de otros gobiernos norteeuropeos.
La cuestión está llena de factores y matices complejos. Debe señalarse que los gobiernos europeos están enormemente condicionados por el gran capital transnacional, así que estos representan a las grandes corporaciones privadas en buena medida. También debe advertirse que el capital de cada país no tiene la misma orientación, porque, por ejemplo, el capital alemán cuya actividad central radica en el interior de Alemania sería más proclive a la expulsión del euro de algunos países periféricos, mientras que el capital alemán más globalizado quiere mantener el espacio de la eurozona todo lo posible. A su vez Alemania no es el único responsable de la política monetaria porque, por el contrario, el BCE está cogobernado por diferentes representantes de gobiernos muy variopintos y no, como viene afirmándose, sólo por el gobierno de Alemania. Por otro lado, la incorporación del FMI introduce nuevos condicionantes, porque, por ejemplo, la posición de esta institución (que representa en buena parte intereses estadounidenses ligados a la evolución de los derivados, los CDS –seguros de impago de la deuda soberana europea, en gran medida en manos de grandes bancos norteamericanos-) es más pragmática que la posición intransigente del BCE a la hora de gestionar el problema del pago de la deuda.
En suma, el centro de atención no lo debemos poner sólo en el poder alemán, sino en unas relaciones sociales entre clases, donde los gobiernos son agentes del capital privado transnacional, pero que también juegan intereses institucionales diferentes en el diseño de las políticas europeas.

1.4-A menudo se presenta a Estados Unidos como alternativa, como una política opuesta a la austeridad europea, ¿es así? ¿Podemos sacar algo de la experiencia estadounidense?

Sobre este tema hemos reflexionado anteriormente aquí. Se trata de dos gestiones diferentes para una misma política en contextos algo distintos. Los estímulos fiscales impulsados por el gobierno Obama se han orientado a salvar a las grandes corporaciones financieras privadas, para restablecer tanto su estabilidad sistémica como para blindar sus privilegios a costa de las mayorías sociales. La política de Obama ha disfrutado de la circunstancia ventajista de contar con la moneda de reserva internacional más asentada del mundo, y al contar con la confianza del gran capital internacional en aquella economía como país refugio, pues son ellos los guardianes militares del mundo. Esta situación les ha permitido financiarse muy barato y devolver a una senda de crecimiento, frágil y momentáneo, al gran imperio. Sin embargo, la política de austeridad europea no es demasiado diferente, pero se ha forjado en un contexto distinto. También las mayorías sociales están sufriendo caídas salariales, destrucción de empleo y retrocesos históricos de sus servicios públicos de bienestar. En el caso europeo, la política monetaria expansiva también lo ha sido, pero lo ha sido sólo un poco menos, y no ha gozado, salvo Alemania, de una afluencia de capitales de tal tamaño. En este punto, también esa provisión masiva de crédito se ha orientado al rescate bancario privado.

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