1/8/16

THOMPSON Y LA FORMACIÓN DE LA CLASE OBRERA: ¿UNA CONSTRUCCIÓN CULTURAL?

Daniel Albarracín, Rafael Ibáñez, Mario Ortí, Alberto Piris

Este artículo fue publicado en 2012 en la Revista Materiales de Trabajo, la cuál no ha tenido continuidad. Se trata de un artículo elaborado en 1998 y revisado para la ocasión, de lo que fue uno de los equipos de investigación más importantes en el que he trabajado. Nos denominábamos Colectivo Madrid, y siguen siendo grandes analistas, profesores y traductores. Como homenaje tanto a la obra del historiador E.P Thompson, que tanto nos enseñó a reflexionar sobre el cambio social y el papel de los sujetos, como a los compañeros que hicieron posible esta modesta, pero edificante, contribución, recuperamos este artículo en este blog.

Un pensamiento producto de la historia



“La historia es una forma dentro de la cual luchamos y muchos han luchado antes que nosotros. Ni estamos solos cuando luchamos allí. Porque el pasado no está sencillamente muerto, inerte, ni es confinante; lleva también signos y evidencias de recursos creativos que pueden sostener el presente y prefigurar posibilidad”.[1]
“Necesitamos la teoría en cada momento de nuestra labor y necesitamos una investigación que esté informada tanto empírica como teóricamente, la interrogación teorizada de lo que encuentra esta investigación” [2]

Thompson procede de una familia bien posicionada que porta en su manera de ver las cosas la tradición liberal, en su versión más abierta y progresiva, característica de la sociedad británica de la primera mitad del siglo XX. Uno de los primeros momentos decisivos de su forja ideológica e intelectual será la II Guerra Mundial que va a vivir muy joven, marcándole de un modo especial la experiencia de su hermano en Yugoslavia[3]. La lucha contra el fascismo viene a simbolizar un leit motiv muy enraizado en el imaginario de la sociedad británica en su guerra contra el Eje. Thompson, al calor de estas condiciones se afilia a una temprana edad al Partido Comunista Británico mientras prosigue sus estudios de historia. Su vocación docente en breve deja paso a una dedicación cada vez mayor a la pasión por la historia. El producto de esa elaboración, sus síntesis provisionales y conclusiones más creativas serán el objeto de nuestro comentario.

La evolución de la izquierda del Reino Unido tras la II Guerra Mundial constituye también un contexto ideológico y cultural de su obra sin duda fundamental para comprender los giros, conflictos y elementos de controversia que marcan la trayectoria vital e intelectual de Thompson. El PCGB era un partido comunista que tenía una importante acogida, no comparable con el Laborismo que siempre alcanzó una representación social y electoral más amplia —no sin su continua dedicación a apartar cualquier atisbo de radicalismo— y fue un partido afín a la URSS. Parece no obstante, que la afiliación prosoviética de los militantes y simpatizantes de base quiebra en buena parte tras los acontecimientos internacionales de 1956, especialmente con la intervención armada soviética en Hungría. El apoyo del PCGB a la URSS en esta represión no sólo va seguida del abandono de un tercio de los militantes, lo hace también del propio Thompson. El cierre histórico a las concepciones renovadoras, democratizantes de movimientos populares en distintos puntos del mundo se ven ahogadas. Se entrecruzan en este punto de la historia la consolidación de un capitalismo corporativo de corte keynesiano y socialdemócrata en occidente, con la conservadurización burocratizante del Estado colectivista soviético. Puede entenderse también como la parcial derrota de una generación que se movía a favor de los nuevos vientos de renovación en los distintos sistemas sociales de un extremo a otro del mundo. Posiblemente, aquella derrota de un movimiento regeneracionista que fue abanderado por el «espíritu de la contestación juvenil» abrió las puertas a experiencias y motivaciones que facilitaron ulteriores movimientos, especialmente durante la década de los años 1970.

El paso que marca la ortodoxia de la teoría marxista lleva la impronta de una época donde todo parecía atado y bien atado. Un capitalismo en plena prosperidad, donde casi nadie cuestionaba su evolución, y una estabilidad donde sólo la URSS marcaba las líneas de guerra fría dibujaba un escenario sombrío sobre el futuro. En ese contexto, el único modo de pensar las grandes transformaciones, en medio de estructuras firmemente consolidadas, parece pasar por la proyección de interpretaciones que se refugian, bien en un carácter fuertemente conceptual, bien en la esperanza de una historiografía de un muy largo plazo en el que la agencia humana en la transformación del mundo ocupa un papel en extremo abstracto. Es la época en que el estructuralismo difunde en la academia conceptos como modo de producción, base y superestructura, o estructuras sin sujeto, que dan forma a un corpus interpretativo que sólo concedía posibilidades al cambio en un futuro difícil de protagonizar.