23/9/16

El sistema bancario español: el emperador está desnudo, ¿quién y cómo lo vestirá?.

Este artículo ha sido publicado en la revista Viento Sur


Daniel Albarracín. 22 de Septiembre 2016.

Un relato de legitimidad que ha de ponerse en entredicho.
En las últimas décadas se nos había venido insistiendo en que el neoliberalismo consistía en una doctrina que idolatraba la eficiencia prácticamente automática del mercado. Se afirmaba que esta institución de intercambio facilitaba una asignación apropiada de los recursos, que era el canal mediante el cual era posible el crecimiento de la renta, la creación de empleo y de la riqueza de las naciones. Durante mucho tiempo, se nos aseguró que el capitalismo funcionaba gracias a la iniciativa innovadora y emprendedora (Schumpeter, 1942)[1], virtud sólo al alcance de capitanes de industria, que revigorizaba cada ciclo de negocio con su arrojo y asunción del riesgo, por lo cual recababan un merecido beneficio. En su defecto, la concentración de capital en grandes colosos transnacionales acumularía economías de escala y diversidad que promoverían el desarrollo. Primero desde focos de creación, después diseminando sus logros a todos aquellos que tomaran las mejores prácticas de eficiencia en términos competitivos (Rostow, 1963)[2]. No queda más que un borrón en el texto de aquellas apelaciones a la competencia para permitir escoger a los mejores. Básicamente porque nadie se cree que la economía capitalista funcione así, ni pueda hacerlo. Ha quedado muy lejos la consideración de que el Estado era un monstruo que encorsetaba el margen de maniobra y la asignación apropiada que realizan las grandes corporaciones en un marco de economía de mercado. 

En el nuevo contexto, se ha modificado, sorprendentemente y sin que apenas nadie lo advierta, el paradigma de legitimación del régimen socioeconómico vigente. Ahora, dicen, el pilar de la economía radica en el sistema financiero, pilar del crédito y la liquidez, y combustible de la posible inversión. Y el Estado ha de desempeñar un papel crucial, empleando todo su andamiaje político e institucional[3] para garantizar que la banca se sostenga, porque de otro modo, la economía seguirá embarrancada. 

En todo este relato encontramos numerosas fallas. La primera de todas es que este relato no se corresponde con la realidad. La segunda, es que, ni que decir tiene, ni siquiera su funcionamiento, si se diera en esos términos, beneficia a la mayoría social. Todo este andamiaje sesga la interpretación de lo que sucede para prestigiar lo inaceptable, dándole méritos a quien expropia el esfuerzo y el saber de millones de trabajadoras y trabajadores. Además, cabe decir, que los intereses conjuntos de la banca y la industria cada vez se confunden más entre sí, intercambiando consejeros en uno y otro sector, y contando con estrechos privilegios compartidos para sostener lo que no puede llamarse de otra manera que un sistema organizado de explotación del mundo del trabajo y de apropiación del sector público. Sea bien para su privatización, sea para su instrumentalización y poner en marcha políticas a su favor.

Cabe señalar, además, que, constituyendo el sistema financiero, en efecto, un sector estratégico de la economía, en el que el Estado ha de garantizar su funcionamiento en última instancia, resulta un contrasentido que la banca esté en manos privadas. La banca privada siempre está dispuesta a acaparar beneficios, sin reparos en operar arriesgadamente, porque sabe que contará con el colchón del sector público llegado el momento, socializando pérdidas, al erigirse en el actor fundamental que determina la política monetaria de un país (incluso más allá que el propio banco central, dada la capacidad real de creación de dinero mediante el mecanismo de la deuda). Esta situación de riesgo moral ha de poner en el centro de la escena la necesidad de una regulación del sistema financiero más intensa, y la urgencia de que el núcleo del sistema bancario se encuentre en manos públicas bajo criterios de gestión solvente y a favor del interés general.

La situación de crisis persiste entre la banca española

La banca española en los últimos años ha sufrido la mayor metamorfosis de su historia. Se erigió en el agente que facilitó la extensión de crédito, y medió en la multiplicación de capital ficticio. Su sobredimensionamiento y exceso de protagonismo han sido consecuencia de las políticas (monetaria, desregulación financiera, etc..) que trataron de contrarrestar las políticas de ajuste, de carácter recesivo, que dieron respuesta a la crisis de los 70. En ese nuevo contexto, su peso en la economía le hace el actor clave de la hipertrofia financiera que agravará la crisis tras 2007, añadiendo un problema de provisión de crédito y de sobreendeudamiento a la crisis de acumulación. 

En un contexto de crisis, como la que se dio a partir de 2008, que deriva ahora en estancamiento, hemos comprobado como las tasas de rentabilidad (ROE) del sector bancario han descendido notablemente. Estas se encontraban en torno al 12,1% medio en el periodo 2000-2008, para a partir de entonces declinar, con pérdidas fuertes en 2012, y luego recuperarse, pero lejos de alcanzar los niveles iniciales de periodos previos. Esa recuperación pronto se ve cortada y vuelve la tendencia a la reducción en 2015, según Afi y Banco de España. El Banco de España calcula en el 5,1% el ROE de las entidades financieras españolas en 2015. Según Goldman Sachs[4] esta tendencia al deterioro de la rentabilidad persiste hasta este mismo año. 


                                       Fuente: Elaboración propia a partir del Banco de España. Datos para diciembre de cada año.

Los niveles de solvencia de la banca española entre tanto se ven dañados (10,7% según el ratio CET 1 según Goldman Sachs), y a pesar del fuerte desapalancamiento, aún no ha conseguido superar sus problemas. La reactivación del negocio es débil, y el riesgo de morosidad aún es alto (9,39%, 2016, al nivel de 2012, según Reuters[5]). Esta estabilización paupérrima de los indicadores de resultados y de solvencia[6] se ha abordado con un ajuste formidable del sector financiero, inimaginable antes del periodo de crisis.

20/9/16

El orden del decir forma parte del hacer



Resultado de imagen de universal concreto¿Decir lo que se quiere oír?. ¿Proponer frases que agreguen sin decir demasiado para que no resten?. ¿Llegar al poder para hacer lo que convenga hacer, pero antes no conviene decirlo?. ¿Acaso el orden del decir está separado del orden del hacer?. ¿Es ese orden del decir pura representación capaz de conducir el sentido de lo dicho para seducir sin apelar a la materialidad del conflicto?.

Ante estas preguntas, que han cautivado  y encapsulado (literalmente) a gran parte de la dirección de Podemos, se trata de ser claros. El orden del decir se encuentra en el marco de los haceres, no al margen o más allá. Comporta la movilización de acciones y relaciones a un tiempo. Anticipa nuestros compromisos, establece el diálogo con los que queremos articularnos en la práctica, y deviene consecuencia de una larga experiencia y reflexión sobre la misma. El orden del decir, que facilita ese diálogo, relación e imaginario sobre lo que venimos haciendo y aspiramos a realizar no puede ponerse al margen de las experiencias de la gente. Tampoco puede conformarse con congeniar con las expectativas de aquellos a los que nos dirigimos sin más, aunque haya que conectar con ellas. Lo que tengamos que decir ha de abrirse y orientarse a la acción, al vínculo, a la apertura de perspectivas, de nuevas posibilidades, y de posibles rupturas con lo existente. El sentido no se toma, se construye, y solo cobra lugar en la práctica material, donde se valida o invalida cualquier hipótesis.

De hecho, en ese terreno imaginario, repleto de subjetividad pero profundamente material, se libra una gran batalla.

Los poderosos persiguen achicar el marco de lo posible, para limitar lo que se puede hacer a la mera gestión de lo existente. Harán todo al alcance de su mano por frustrar cualquier expectativa que lo desborde, o conducir cualquier incentivo al marco desigual del sistema en vigor para integrar y dividir a los contestatarios.

Por el contrario, los que procuran superar el estado de relaciones habrán de, conectando lo real con lo posible, ensanchar los horizontes de cambio, empoderando a los que hacen, con su trabajo, que la vida marche.

Como “los nuestros” han realizado diferentes caminos (desde el militante convencido, al indignado, al mero simpatizante, o aquellos que queremos que se nos sumen, pero aún tienen miedo al poder que le sujeta) debemos modular el decir para atraer primero, y convencer después, a aquellos que aún no se deciden aún a formar parte del “sujeto del cambio”. Pero esa modulación no puede realizarse con una perpetua demora sobre lo que programáticamente consideramos apropiado para responder a los desafíos. Sea tanto a nivel coyuntural, como desde esa misma coyuntura se trata de empujar palancas que transformen lo estructural.

Cualquier divorcio entre el decir y el hacer, cualquier inconsecuencia, puede ocasionar una paradoja fatal. A los que atrajimos, les frustraremos, si algún día estamos en condiciones de influir o gobernar. A los que no lo hicimos, jamás les convenceremos, porque pensarán que somos uno más, o verán nuestras propuestas escasamente consecuentes o sencillamente insuficientes. Por eso, la conformación de una organización política de transformación ha de elaborar una reflexión permanente que se materialice en propuestas abiertas y concretas que exijan el momento, así como en la organización sociopolítica que las levante y las haga valer.

Recordemos, lo que nos unificará no es una vacua serie de significantes flotantes que volublemente vienen y van sin decir apenas nada. Tampoco lo harán dogmas cerrados inamovibles, recetas para cualquier época. Lo que nos unificará será
1) tanto la acción de nuestros adversarios,
2) los problemas que compartimos y,
3) si acaso, las propuestas que podamos formular abierta pero concretamente.

Más “universales concretos” y menos “significantes vacíos”, en suma. Propuestas y organización que nos orienten a la hora de enfrentarnos a los desafíos de nuestra sociedad y las dificultades que el poder procura imponer a cada momento. Proponiendo medidas comprensibles para las clases populares, que les mejores sus condiciones de vida, y que al tiempo colisionen con los pilares del sistema establecido.


Reflexionemos sobre la experiencia, teoricemos para la práctica. En suma, digamos lo que vamos a hacer y hagamos lo que decimos… y hagámoslo con los que queremos cambiar las cosas, sin sustituirlos. He ahí el único secreto.

9/9/16

El sueño neoliberal engendra monstruos. (Jesús Albarracín y Pedro Montes, 1992).


En la tesitura de un proceso de cambio en la UE irreversible, creemos que puede ser de interés hacer una mirada atrás a los orígenes de su diseño actual. En esta ocasión compartimos con ustedes un artículo de Jesús Albarracín y Pedro Montes del año 1992 que examinaba las condiciones y consecuencias económicas y sociales del Tratado Maastricht.


Se trata de un trabajo de recuperación facilitado por Juan Solana, al que agradecemos habernos encontrado este material.

El artículo se denomina, 
"El sueño neoliberal engendra monstruos" y puede encontrarse aquí.


4/9/16

“Brexit” y la crisis del proyecto de la UE (video)

El pasado 26 de Agosto Richard Seymour y Daniel Albarracín en la Granja, en la VII Universidad de Verano de Anticapitalistas, introdujimos algunas trayectorias y debates que pueden explicar el Brexit británico. Fue grabado en video. Puede seguirse en inglés y español, aunque, desafortunadamente, para parte de las intervenciones, a veces de manera solapada.Resultado de imagen de brexit daniel albarracín VII universidad de verano video


El video puede visualizarse AQUÍ