18/6/09

¿Cuál es el vínculo social central?: Relación Salarial y Sociedad Contemporánea


Daniel Albarracín (2009, v.o. 2002)
En el corazón de las sociedades capitalistas se encuentra una relación social, en transformación, que entraña la base constitutiva de la desigualdad socioeconómica fundamental. Muy asociada a las relaciones laborales, sin embargo, atraviesa la mayor parte de las relaciones sociales restantes. Según esta penetra la sociedad con mayor vigor más orbitan aquellos otros vínculos. Se trata de la relación salarial, en virtud de la cual los sujetos sociales se vinculan de manera asimétrica y donde la clase dominada es formada, dispuesta y empleada como mercancía especial -la fuerza de trabajo- para su conversión dentro del proceso de producción inmediato en trabajo efectivo a valorizar.

La relación salarial entraña la conformación y puesta en empleo de la población dependiente de un salario para su existencia social, dentro de las reglas de empleo capitalista de la fuerza de trabajo. La relación salarial contribuye como un pilar fundamental a las sociedades capitalistas, disponiendo el recurso básico para la explotación. En este sentido, el ciclo del capital, entendido como tal, se nutre, en virtud de esta relación salarial, de la fuerza de trabajo, sus capacidades y aplicaciones, para conformarla dentro de la forma mercancía. Como el ciclo del capital en su conjunto, la relación salarial también tiene sus articulaciones, que atañen a trayectorias completas de generaciones de trabajadores y trabajadoras en fases históricas determinadas.

Hoy más que nunca, con el avance de la relación salarial en las sociedades contemporáneas, esta misma relación atraviesa las experiencias comunes de los sujetos. Es la base material de sus prácticas, reflexiones, orientaciones y del firme sobre, en contra de, o a pesar del que puede elevarse su conciencia social. En suma, representa una relación histórica fundamental que, mediante sus transformaciones, jalona las experiencias de los sujetos sociales y forma el cimiento de sus prácticas (de adaptación, reproducción, reforma o transformación).


Por ejemplo, resaltemos un fenómeno que caracteriza la relación salarial hoy: la inestabilidad laboral. Dicho fenómeno entraña una modificación de las expectativas y la experiencia misma de los y las trabajadoras. Hasta la fecha, la precariedad se ha enfocado como un mal identificado de manera parcial. Se denuncia la inestabilidad en el empleo, por la presencia de altas tasas de contratación temporal, cuando constituye la condición de existencia de toda la relación salarial, sea cual sea su condición formal de empleo. Una relación fundamentalmente basada en la dependencia, la subordinación y, por consiguiente, la condición para la dominación y la explotación.


Aproximaciones sociológicas al problema del empleo y el trabajo: experiencia social y relación salarial.


En el campo de la sociología podemos señalar dos líneas académicas que abordan la cuestión laboral. Por una parte podemos poner de relieve la línea de la sociología del trabajo. En esta, el enfoque predilecto mantiene su sensibilidad sobre las condiciones ergonómicas del trabajo dentro del proceso o situación de producción de la fábrica o centros de trabajo, en los distritos industriales. El objeto de su motivación se basa en dar cuenta de las condiciones de vida de los trabajadores/as en su proceso de producción, en tanto en cuanto se estima que es la fábrica principal, no sólo de mercancías, sino también de sus conciencias. Es por tanto, un enfoque donde se trata el trabajo como un “castigo divino”, al modo de látigo romano o trepalium. Un castigo que es posible revertirlo en buenas condiciones de trabajo mediante una intervención en la organización del trabajo, por ejemplo con una mejora ergonómica del puesto de trabajo o del clima laboral. Su enfoque procura la visibilidad del trabajador/a como sujeto de opresión física e insatisfacción disciplinante —más como un hecho particular en el puesto de trabajo que de una amplia relación social—, con el propósito de lograr un reconocimiento de su dignidad e identidad en una relación asimétrica, disminuyendo algunas distancias de la cuerda que les ata. Al modo que señalaría críticamente Jorge García (Castillo, C. y García, J; 2001), la sociología del trabajo simplemente “trataría de pasar de la crítica de un trabajo empobrecido a las condiciones de posibilidad de un trabajo enriquecido”, aunque en el marco de las relaciones salariales. En definitiva, el objeto de su análisis primordial es la empresa, el puesto de trabajo y la organización del trabajo, centro neurálgico en el que se supone se apoya todo el resto de la sociedad. Sería, por lo tanto, un modelo, que aunque recoge una inspiración marxista, parece que sólo fija su atención en el proceso de producción inmediato, perdiendo de vista, o poniéndo en una órbita secundaria quizá, los factores reproductivos de la sociedad, el papel de las condiciones de empleo o la naturaleza social del Estado.

De otra parte, la sociología del empleo recoge la tradición entre durkheimiana y nietzcheana, para dar cuenta de la civilización que canaliza las vías de integración social, hoy por hoy ancladas en la norma social del empleo. Desde la misma, el Estado, como cuadrilátero de pugnas por el reconocimiento identitario, la regulación de la producción y reproducción social de los actores sociales, y la redistribución del producto socializado en la hacienda pública, formaría los modos de inclusión y exclusión de los sujetos en el orden social. Las políticas sociales y provisión de bienes colectivos, la legalidad, los derechos y obligaciones, las condiciones de entrada y salida de los mercados de empleo, así como el diseño social del empleo y condiciones sociales de desempleo, entrarían a formar parte de un entramado de poder civilizatorio que constituiría el fundamento de las fronteras entre los integrados y los marginados. Ahora bien, esa constitución política de la civilización no daría cuenta de los procesos que son producto de los sujetos sociales, como autores que abordan el conflicto social de un modo más complejo y más amplio a los protocolos corporativizados de una sociedad burocratizada como la nuestra. A este respecto, los actores sociales protagonistas serían Estado, sindicatos y patronales. De ese modo, si se quiere, la sociología del trabajo procuraría aproximarse a los procesos de producción social a partir de la empresa o el puesto de trabajo, y la sociología del empleo, fundamentalmente, a partir del Estado, ambas corporaciones principales de planificación del orden social contemporáneo, el capitalismo.

Si bien los sujetos están estructurados en una experiencia histórica que los forja como tales, también son estructurantes en su acción cotidiana del devenir histórico subsiguiente, al modo en que Marx señalaba: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio. Bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado." (Marx, C.; 1995:213) Desde esta óptica resulta obligado señalar algunas instituciones que hoy día atraviesan y concretan las relaciones salariales. Pero antes de apuntarlas nos resulta obligado amparar teóricamente su articulación.

Basándonos en la propuesta de Carlos Castillo y Jorge García, la relación salarial se caracteriza por un despliegue social de procesos sociales que, al modo de un flujo y un conjunto de trayectorias condicionadas, facilita la movilización de la fuerza de trabajo para que se proceda a su conversión en trabajo efectivo. Este proceso de movilización de la fuerza de trabajo, cuerpo social dependiente de esa fuente de ingreso, que a su vez es la base de la extracción de plusvalía en términos marxianos, ha de incorporar instituciones sociales que nutren, y su forma es debido a, la misma relación salarial, por lo que forman parte de su entramado sociohistórico.

Esta primera dimensión es la que nosotros denominamos reproducción social (o producción social de una existencia concreta), aunque los sociólogos de las relaciones salariales (enmarcados en el "modelo subsunción") insistan en denominarla socialización, término de neta procedencia funcionalista. A este respeto, cabe incluir las instituciones de la familia, la religión, la formación y educación, y por supuesto, la formación de ideología a través de la política informativa del Estado o los medios de comunicación privados, y asimismo las normas de consumo. Esta primera dimensión de la relación salarial, contribuye a la formación de la fuerza de trabajo, vale decir, la constitución de la población y los grupos sociales, proporcionándoles las condiciones de disponibilidad, cualificación, preparación, orientaciones morales y comportamientos ajustados socialmente, para ser fuerza de trabajo empleable. El término empleabilidad, se define por los dispositivos sociales, generalmente inducidos por la orientación social del Estado, que inclinan a la población a vender sus capacidades en tanto que fuerza de trabajo potencial. Ni que decir tiene, que esa disponibilidad, esa empleabilidad, no es garantía de su empleo, debido a que la producción de empleos obedece a factores de la política económica estatal y empresarial, y la situación del ciclo económico. La empleabilidad, entendida en su diversidad, nivel, etcétera, sin embargo modifica el estado de la oferta de fuerza de trabajo, o demanda de empleo, alterando la conformación del salario, variable a estudiar de sector a sector, de rama a rama.

La segunda dimensión, por llamarlo de algún modo, alude a los procesos de regulación de las condiciones de empleo. Esta dimensión es cada vez más el núcleo duro de las relaciones salariales. Los actores fundamentales de su elaboración, a través especialmente del diálogo social, son Estado, patronal y sindicatos. Aborda la fijación de legislación, normativas laborales y convenios colectivos que determinan las condiciones de entrada y salida en los mercados de empleo, las características básicas del trabajo asalariado (clasificación profesional, salarios, jornada, etc...); y define las bases de los salarios indirectos (prestación de desempleo, salud laboral, educación, sanidad, pensiones, etc...). De manera que desde este espacio también se plantean una serie de condiciones de existencia de las instituciones propias de la reproducción social (afectando a la familia, las instituciones de enseñanza, incluso a veces la Iglesia, etc...).

La tercera dimensión que conforma las relaciones salariales es la organización del trabajo. Esta dinámica se produce en general en el campo de la empresa, y en ella, dadas las condiciones de empleo de la fuerza de trabajo (remunerada en general en función de sus condiciones de reproducción como una mercancía, aunque sea esta de carácter especial), se producen los procesos de conversión en trabajo efectivo para la venta ulterior de mercancías producidas, sea bajo la forma servicio o bien. En este espacio se movilizan las energías para obtener la adaptabilidad, en su caso polivalente, del saber abstracto y general del obrero para su empleo en trabajos concretos y específicos. En general, los sociólogos del trabajo han estimado a ésta como el lugar por excelencia de la formación de la conciencia obrera. Sin embargo, consideramos que esta situación de trabajo no es más que un punto más en el camino de una larga experiencia social en la relación salarial.

A este respecto, la experiencia social ha de ligarse no con un único momento de esa relación salarial, relación por definición subordinante, sino con todo un proceso que dispone a los grupos sociales a lo largo de la vida. La inculcación de una ideología, de una forma de educación (abstracta, uniformada, individualizada en masa, informativa pero incomunicativa, etc...), la socialización en el consumo, suponen experiencia de adaptación a una forma de existencia social dependiente. Asimismo, la experiencia de debilidad en los mercados de empleo, de desprotección laboral, de creciente inestabilidad, de exigencia de preparación y reciclaje continuos, movilizan a la fuerza de trabajo, en una disciplina más feroz que la del control de la organización científica del trabajo. Las condiciones de entrada y salida en los mercados de empleo, la regulación y orientación de la fuerza de trabajo de unos sectores a otros, producto del paro, la modulación de los salarios, los dispositivos de cualificación, etcétera, trasladan recientemente las consecuencias del neotaylorismo al conjunto de las ramas productivas, en virtud de las condiciones de empleo y desempleo, de intermitencia en el empleo, de constante exigencia de búsqueda de empleo en sectores diferentes, etcétera. Un neotaylorismo que no puede reducirse al espacio de la organización del trabajo, por lo tanto, sino que aprovecha la formación abstracta de la fuerza de trabajo para que pueda estar disponible, ser reemplazable y trasladable a cualquier rama de la producción, y con mecanismos sencillos de formación específica (como bien sabe la teoría del capital humano) para adaptar velozmente a la fuerza de trabajo, rompiendo las lógicas de la carrera profesional y el empleo de por vida en un mismo puesto de trabajo. La experiencia social de los colectivos ya no puede reducirse a la de una organización del trabajo concreta, sino que debe ampliarse a la experiencia de cambio de empleo, de enfrentamiento con una negociación individualizada ante un continuo entrar y salir de empresa a empresa, de rama a rama y de sector a sector, en itinerarios volátiles, pero que facilitan la conversión de la fuerza de trabajo en trabajo efectivo por la aprovechabilidad y empleabilidad que favorecen sistemas de formación abstracto y mecanismos, más o menos eficaces, de adaptabilidad al puesto de trabajo. Frente a una educación generalista orientada a la práctica concreta, se preparan obreros con formación abstracta y particular, desprovistos de análisis crítico, pero con una excelente orientación manipulable y adaptable a cualquier equipo y área de trabajo. La tendencia parece apuntar a un modelo de relaciones laborales en que puesto de trabajo y trabajador se alejan cada vez más (ya no hay relación estable entre puesto de trabajo y trabajador: por la polivalencia, por el cambio frecuente de puesto, de empleo, de empresa, de sector, de profesión, etc...) . La formación de una conciencia social transformadora, ha de relacionarse con toda esa experiencia material y vital de subordinación, de entrega del tiempo propio a la relación salarial (sea estudiando, socializándose en normas adecuadas, buscando empleo o trabajando). Una conciencia vinculada con el compromiso de cambiar ese vínculo: la relación salarial.